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¿Por qué no funciona aún la política antiinflacionaria?

¿Por qué no funciona aún la política antiinflacionaria?

¿Por qué no funciona aún la política antiinflacionaria?

Publicado originalmente en el diario El Economista el 27 de julio.

 

La inflación en los precios al consumidor se ubica a junio en torno al 44% interanual, muy por encima de la previsión del Gobierno de poder tener un segundo semestre al 25%. Sin embargo, la política antiinflacionaria está por ahora restringida a tres herramientas: una explícita (la política monetaria), una implícita (la apertura a las importaciones) y otra que no puede decirse en voz alta (la recesión económica). El BCRA realizó en el primer semestre del año una gran esterilización de la emisión monetaria a través de las LEBAC. Si bien esto incrementó excesivamente su deuda (“cuasi fiscal”), al límite de su sustentabilidad de mediano plazo, le permitió contraer la base monetaria en 18% en términos reales. Esta política contractiva, junto a otras tomadas por el Gobierno y a un contexto mundial poco propicio, contribuyó crucialmente a la depresión de la actividad productiva. Sin embargo, ni la contracción monetaria ni la recesión económica pudieron impedir que los precios escalaran como nunca en los últimos 25 años en Argentina. La apertura a las importaciones apunta a que la mayor competencia extranjera obligue a la producción local a bajar sus precios – incluso si eso implica en verdad que muchas de ellas cierren, al no poder competir con los salarios ultrabajos (en muchos casos, de mano de obra sobreexplotada) en países menos desarrollados–. Así, la preocupación por la inflación deja en segundo plano los problemas de empleo que genera la mayor importación en un marco de contracción monetaria y recesión en la producción nacional.

 

Las políticas

Si todas estas medidas contractivas no funcionaron, ¿cuál es el chivo expiatorio para el Gobierno? El déficit fiscal. La lógica que sostienen reza que el déficit fiscal es financiado con emisión monetaria y eso genera inflación. Pero si en definitiva la base monetaria está reduciéndose en términos reales, ¿cómo es que esa emisión menor genera una inflación mayor?

La emisión lleva a inflación sólo en la medida en que genere un exceso de demanda o una devaluación. Y aquí es cuando falla, hasta ahora, la política antiinflacionaria. Hoy no hay exceso de demanda en la economía argentina: de hecho, como hemos analizado en columnas anteriores, para salir de la recesión hace falta alguna fuente de tracción de demanda. La inflación del primer semestre se explica por dos grandes saltos: el del tipo de cambio y el de las tarifas de servicios públicos. Y en ambos casos, el Gobierno ha encadenado una ristra de errores de diagnóstico. Ya Alfonso Prat-Gay en plena campaña electoral había negado que una nueva devaluación pudiera causar inflación, porque “el 80% de los precios ya incorporan un dólar cercano al contado con liqui, no el oficial”. La realidad lo refutó: su devaluación encareció importaciones, favoreció especulaciones financieras y exacerbó la dinámica inflacionaria, que llevaba siete meses seguidos relativamente estabilizada en torno al 24%. Luego, el Gobierno apuntó que las subas en los servicios públicos no tendrían efectos de segunda ronda: sin embargo, la multiplicación en las facturas a pagar por industrias y comercios los obligó a incrementar sus precios de venta, generando una nueva oleada inflacionaria en los últimos meses.

La inflación en Argentina en los últimos años es multicausal y se encuentra profundamente enraizada en la estructura económica nacional –relación a cuyo estudio hizo un aporte fundamental el recientemente fallecido Julio Olivera, prócer de la economía en nuestro país y férreo defensor del pluralismo teórico– . Para cumplir con su objetivo de desacelerar la suba de precios al 25%, ¿podrá el Gobierno atacar los diversos factores, sin perder de vista además la necesidad social de crear empleos dignos? Devaluaciones, aumentos de tarifas, mayor emisión monetaria, la puja en las negociaciones paritarias entre salarios y ganancias (que generan una “inercia” en la dinámica de precios) y la eventual recuperación de la actividad económica, todas pueden jugar contra la baja de la inflación. En este complejo mapa de causas de la inflación, es imprescindible no caer en una explicación unicausal, y a la par atender a los efectos que las políticas antiinflacionarias tengan sobre las condiciones de trabajo y vida de la población argentina.